¿HAY UN SOLO CULPABLE?

Hablamos

Por María Jesús Acuña Tobar, estudiante de Trabajo Social 

“Ya basta. No podemos seguir mintiéndonos, porque nada está bien”, le dije a mi mamá.

El 20 de septiembre de 2015 tenía 18 años cuando, entre susurros y en el patio de la casa, le comenté a mi madre que era hora de frenar el aguante de traiciones, abusos verbales, psicológicos y físicos de mi papá hacía ella, una persona discapacitada desde el 2010, mi hermana y yo.

No fue fácil. El 5 de diciembre en la noche, justo después de haber llamado a los pacos, él se fue de la casa. Sin embargo, tal como en mi preadolescencia me encargué de llamarlos varias veces, nunca respondieron y esa vez tampoco fue la excepción.

Mentira, una vez sí llegaron. A mis 14 años un carabinero de la 4ª compañía de Santiago nos dijo después del procedimiento por qué hacíamos tanto alboroto, si cuando en su casa alguien “se había portado mal”, él llegaba y “castigaba con golpes”. Sin embargo, esa no era la primera vez que iba a denunciar.

Antes de entrar al colegio y a pocos meses de nacida mi hermana menor, las situaciones de abuso ya existían y habían provocado la separación de mis padres en el 2000. Ocho años más tarde, él volvió a la casa con “nuevos aires” pero para mí, como hija, su llegada sólo implicó problemas relacionales y emocionales.

Él llegó a destruir la paz y todo el concepto armonioso que tenía construido sobre lo que era un hogar. ¿Por qué alguien que nunca puso reglas ni ejerció la parentalidad pretendió en su momento venir a nuestra casa a ponernos reglas de forma violenta, agresiva y poco amorosa? ¿Por qué llega de manera diametralmente distinta a la educación que por años me dio mi mamá basada en el amor, la dedicación, la preocupación y la comunicación?

Cuando se fue finalmente en el 2015, los primeros meses fueron difíciles. Como en muchas relaciones tóxicas, en este caso con mi padre, estas situaciones generan dependencia. Al tocar fondo creemos que la violencia es lo único que tenemos.

A mitad del año siguiente intentamos restablecer la buena relación. Intenté enseñarle a ser papá, que sus problemas conmigo no eran los mismos que él podía tener con mi mamá. No lo entendía, en su mente él solo creía que mi mamá nos metía cosas en la cabeza. Además nos trató de convencer de que nosotras ejercíamos violencia intrafamiliar hacia él. Quizás lo hacía como mecanismo de defensa para no convencerse de sus actos.

A finales del 2020 se acabó el que fuere uno de los más traumantes procesos, quizás igual o más que la propia violencia. Como no pudo/quiso aprender a ejercer una parentalidad positiva, en 2019 decidimos empezar el proceso por demanda de alimentos. El proceso empezó en abril y terminó en agosto del año pasado. Nuevamente tuvimos que vivir y repasar todo lo vivido desde que tenemos memoria.

Si bien la carrera de Trabajo Social me había entregado herramientas para enfrentar dichas situaciones, nunca pensé que me afectaría tanto tratar el caso de mi propia familia. Nunca pensé que tendría que vivirlas. Más que nada porque, a pesar de todas las señales, una no lo ve venir.

Tampoco me consideraba una persona débil, por lo mismo, decidí tomar las riendas del caso para no exponer a mi mamá y hermana. Sin embargo, el proceso de revictimización me afectó. Cuando lo vi salir del ascensor para acercarse a la sala de audiencia, me congelé y me dio una crisis de pánico. Por primera vez sentí miedo hacia él, como nunca antes me había pasado. El propio sistema me hizo sentir vulnerable.

Por otro lado y a pesar de nuestra situación económica, desde el Tribunal de Familia se nos solicitó una Pericia Social, la cual puede llegar a costar hasta ¡800 mil pesos o más! Sin embargo, por el contexto una colega de profesión nos apoyó y fue consciente por lo que el gasto se redujo considerablemente.

El día del juicio fue un desastre. La jueza, una mujer mayor, no consideró la violencia intrafamiliar, ni siquiera la violencia verbal que ella misma presenció en el evento de la sala de espera ni que él tuviera una empresa importante, ni siquiera la Pericia Social.

El sistema volvió a sentir pena por él y no por nosotras. Con 2 hijas universitarias, se asignó una pensión que ni siquiera alcanza para una mensualidad. Ni antes, durante o después de la audiencia se acercó algún organismo del Estado para proveernos de esa justicia y protección de la que tanta publicidad hacen.

No puedo finalizar sin antes mencionar algo que he logrado aprender en estos años y que me permite entender pero no justificar los actos de mi papá. La dictadura sin duda fue violenta. Él fue víctima del exilio, de una madre ausente por sus propios traumas, por tener que escapar y de un padre que lo solucionaba todo a porrazos y/o con dinero. La violencia produce violencia y detrás de cada hombre violento, hay un sistema patriarcal que ha calado en lo más profundo de ciertas personas, generando caos y produciendo que el pueblo destruya al pueblo.